16 enero, 2018

Cómplices

Ja, ja
Ésta fue la primera vez que nos convertimos de verdad en cómplices, el delito fue mayúsculo.

Y aunque en un principio me pareció frustrante, ahora me causa mucha risa.

Hace ya varias semanas se descompuso la secadora, por lo cual ante el tiempo húmedo y frío me ha sido necesario llevar la ropa a la lavandería con el fin de no permitir que se quede mojada y apestosa. El sábado, por costumbre, fue rutina de ropa sucia. Se lava en casa pero de momento se seca en la calle; son prendas que no se usan el lunes porque ese día es necesario recogerlas, si son de uniforme les toca reposar detrás del refrigerador.

Sucedió que el lunes, por un cambio en los horarios habituales, olvidé ir por la ropa y para nuestra mala suerte, el martes tocaba clase de Educación Física al grupo de mi hija. En el paquete estaba la playera respectiva, pero a la hora que lo recordé era demasiado tarde. Entonces acordamos un plan, ya que indefectiblemente era necesario que ella se presentara con el uniforme completo porque sería evaluada en actividades deportivas. Por lo pronto, en la mañana no sería necesario mostrar que asistía a la escuela debidamente uniformada, ya que las bajas temperaturas permitían aparentar, con alguna bufanda, que todo estaba en orden debajo de la chamarra.

A las 11:20 en punto quedamos que, bajo alguna argucia, entraría yo a la escuela con la prenda debidamente disimulada y se la entregaría en un punto acordado con un pase mágico. Entonces se me ocurrió que el pretexto para entrar en el edificio sería solucionar algunas dudas en cuanto a los pagos de inscripción, y si eso no funcionara, solicitar una entrevista con la coordinadora de estudios. 

Todo en orden, estuve ahí cinco minutos antes para tocar la puerta en punto de las 11:19 y entré en buen tiempo. Al vigilante le inventé que llevaba comprobantes de pago para entregar o algo así y subí a la oficina. De momento olvidé cuál era el salón de mi hija así que tuve que volver a ubicarme. En lo que preguntaba, sentí que se me había ido el tiempo ya que no veía a mi cómplice por ahí cerca. 

(Para esto, quiero comentar que guardé la prenda en un traste de plástico del tamaño de una lonchera, por si era necesario este camuflaje.)

Subí buscando el aula y ¡la vi dentro! ¡Aún no terminaba de responder su examen y el tiempo que yo tenía para entregarle el paquete se extinguía. Oh, no.

Bajé de nuevo a las oficinas para inventar que deseaba concertar una cita con la coordinadora de la escuela, y mientras no me atendían volví a subir, algunos minutos después, pero ella seguía dentro. Traté de dejar el paquete con alguna compañera pero ninguna de su salón se encontraba por ahí cerca.

En fin, me atendieron. Saqué cita con la coordinadora para mañana mismo (aún sin saber exactamente de qué podría ir a platicar con ella). Y al final, le pregunté a la secretaria si podía entregarle yo una comida (a mi hija, claro). Me dijo que ella se la entregaría. Oh, no. Sólo me quedó confiar.

Me dirigí a la salida, ya que se me habían acabado los pretextos y hay cámaras en los pasillos…

De pronto, mi hija me envía un mensaje por WhatsApp para decirme que ya salió. Le dije que la secretaria le entregaría el paquete. Sin respuesta… Sin respuesta… Confiando en que todo saldría bien.

Me respondió que iría a buscar el paquete. 

Sin respuesta…

Hija, qué pasó, dime, ¿nos descubrieron?
—Sí, nos pillaron :(

Oh, no. Ya sé de qué podré hablar mañana con la coordinadora. Por lo menos le diré que es algo inocente traficar una playera, que no es ninguna sustancia tóxica adictiva.


Xalapa de Enríquez, 16 de enero de 2018.

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